Al día siguiente, cuando salió de Betania, Jesús sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos.
Entonces le dijo: «Nunca jamás coma nadie de ti. Los discípulos lo oyeron».
Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie transportar objetos por el templo.
Y los instruía, diciendo: «¿No está escrito: 'Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos'? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos».
Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su doctrina, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció, salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado».
Jesús contestó: «Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte: Quítate de ahí y tírate al mar, no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas».
«Bajo tu amparo» © Permiso pedido a Misión País
«Unspoken» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Si el cuerpo supiera
quién eres Tú!
Si la razón le transmitiera
a la oscuridad de la carne
tu buena noticia!
Si te abriéramos
las cinco puertas
de los sentidos,
en este océano tuyo
de aromas y sabores,
de brillos, cantos y caricias
donde vivimos sumergidos!
Si la sangre se tiñera
del color de tu encuentro
y llevara este fervor
hasta la última célula
por la angosta discreción
del capilar más diminuto!
Si las honduras viscerales
sincronizaran contigo
sus prisas y sus pausas!
Si desalojaras
de este templo tuyo
a los mercaderes que negocian
nuestras hambres y riquezas
en el atrio sagrado,
con el susurro clandestino
o la obsesión publicitaria!
Si nuestro cuerpo supiera,
y se fuera convirtiendo
todo entero,
aquí y ahora
en un gesto sencillo
del Infinito
tan humano!
(Benjamín G. Buelta, sj)