Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis».
«Más allá de mi» © Autorización de Fe adulta
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Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer.
Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas deja circular la savia.
Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de frutos.
Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad que respiraste el día que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún.
Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón.
Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve.
(Susana Tamaro)
Señor, Jesús, somos pequeños árboles
junto a la corriente del Rio de tu gran amor.
Sólo tú nos das fertilidad,
solo tú sabes donde podar nuestras vidas para sanarlas,
para cubrirlas de flores,
para poder llevar a cada rincón de la tierra
frutos que sanen el hambre de aceptación y cariño
que hay en el corazón de cada persona.
Labrador paciente y generoso,
tú nunca te cansas de darnos tiempo para madurar.
(Mariola López Villanueva, rscj)