Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Estaban asustados y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús…
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos».
«Te Necesito» © Autorización de Beatriz Elamado
Debajo de la piel,
muy dentro,
en lo profundo,
arde un fuego
poderoso.
La fuerza
de un Dios late, discreta,
en el pozo de los anhelos
y los sueños.
A veces asoma, y es
palabra humilde,
caricia,
gesto de amor,
mirada humana,
alegre bullicio,
silencio reconciliado.
Brillan más los ojos,
un fulgor distinto colorea el rostro,
se entonan
melodías vivaces,
ese canturreo crece,
contagia a muchos,
y por un instante de comunión
nace un clamor de júbilo.
Se está bien aquí.
Menos uno, y más nosotros.
Luego se impone la vida
con sus rutinas.
Pero sabemos que
debajo de la piel,
muy dentro,
en lo profundo,
late Dios.
(José María R. Olaizola, SJ)