Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
Al llegar a Simón Pedro; este le dijo: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dijo Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dijo entonces: «Señor, no solo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dijo: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos».
Después de que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros».
«Tejido a tierra » © Permiso pedido a Catholic Oregon Press
«3 hours of beautiful instrumental music» © Compartido en Youtube por Peder B. Helland
Déjame sentarme a tu mesa, Señor.
La de la alegría de comer juntos,
la del adiós y la despedida,
la del amor extremo y sencillo,
la de la fidelidad de los que están desde el primer día,
la del sabor amargo de la traición,
la del desconcierto por no saber bien cómo será todo,
la de tu angustia silenciosa.
La de mi vida,
apasionada y frágil,
que quiere entregarse con la tuya
y por eso desea comer este pan,
para donarse y dejarse atraer
por tu amor siempre nuevo,
hasta que nos reencontremos
para siempre
junto al Padre.
(Matu Hardoy)