Mientras Jesús hablaba, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, tomó a la niña de la mano y ella se levantó. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
«Cómo te podré pagar» © Difusión libre cortesía de Brotes de Olivo
«Taizé instrumental I» © Autorización de Atheliers et Press de Taizé
Un grupo de estudiantes me hicieron esta pregunta: ¿Salvar de qué?
¿De qué nos salva Jesús? Si no lo necesitamos, si hay solución para todo.
Del alimento se encargan nuestros padres,
de la enfermedad curan los médicos,
de la soledad los amigos,
de los fracasos se sacan aprendizajes,
de un incendio los bomberos,
del pecado… Dios nos perdona.
Por un momento perdí pie, se me movió el suelo.
¿De qué nos salvas, Jesús?
Sé que no hay una sola respuesta, ni respuestas estándar…
Y voy sabiendo que comporta
no huir, no pasar de puntillas por la vida,
enfrentar el dolor, experimentar el límite,
padecer la burla,
atreverme a gritar: «no entiendo»
y… finalmente postrarse humildemente ante el Misterio.
Atráeme hacia Ti, Jesús de Nazareth,
para que mis búsquedas se orienten hacia Ti.
Y pueda descubrir la dolencia que me paraliza, me enreda, me rompe por dentro.
Acercarme a Ti, Jesús, te lo pido desde lo más hondo de mi ser.
Pon tu mano sobre mi cabeza y viviré.
Mírame y sabré lo que es sentirse salvada por amor.
(María Rita Martín)