Así dice el Señor Dios: «Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios. Me piden sentencias justas, desean tener cerca a Dios. ‘¿Para qué ayunar, si no haces caso?; ¿mortificarnos, si tú no te fijas?’ Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es ese el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es este: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: ‘Aquí estoy’».
«La lluvia de tu misericordia» © Difusión libre cortesía de Ixcís
«Taizé instrumental I» © Autorización de Atheliers et Press de Taizé
Se fueron las horas
en perseguir espejismos.
Se gastó la mirada
contemplando apariencias.
Se secó el río interior
en la sequía de tu palabra.
Se estrellaron los sueños
contra amaneceres sin proyecto.
Se apagó el hambre
con manjares que no saciaban.
Se emborrachó el alma
apurando mentiras.
Y paso a paso
extraviamos el paso.
Solo ayunar
de tanta quimera
podía devolvernos
al camino, contigo.
(José María R. Olaizola, sj)