En aquellos días, los apóstoles fueron conducidos a comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo: «¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar mencionando ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre». Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen». Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
«Meditations for flute» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Y el Espíritu vino,
para recordarnos la verdad,
para que tengamos memoria agradecida
y corazón misionero.
Entonces balbuceando dijimos:
ven,
ilumínanos,
llénanos,
sánanos…
Abrimos los labios,
y nos puso las palabras justas,
alentándonos a ser
personas sabias.
Abrimos los oídos, y escuchamos
el dolor silencioso de los pobres,
el lamento hecho susurro
de los «nadies».
Abrimos nuestras heridas
y sentimos el soplo sanador y cicatrizante.
Abrimos el corazón
y nos encontramos…
amigos, hermanos, familia…
(Hermana Viviana Romero)