Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Déjame que te saque la mota del ojo’, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano».
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¿Quién me nombró juez
de mis hermanos?
¿Quién me convirtió
en perseguidor
implacable,
dispuesto a señalar
cada falta,
cada error,
y cada carencia?
¿Cuándo me otorgaron
el poder de condenar?
¿En qué espejo
de extraña
perfección creí reconocerme,
para señalar, con dureza
los fallos ajenos?
Qué ceguera, Señor, la mía.
Qué soberbia
disfrazada de virtud.
Qué dureza
revestida de méritos.
Qué inconsciencia
sobre mis pies de barro.
Ayúdame a evitar
veredictos y sentencias,
y que sepa dejarte a ti
ser Juez y Padre
de todos.
(José María R. Olaizola, SJ)