Los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprender a Jesús en alguna palabra. Y le enviaron sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?». Pero Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda del tributo». Ellos le presentaron un denario. Y les dijo: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?». Le contestaron: «Del César». Entonces les replicó: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios».
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Respiramos la cultura
que nos envuelve a todos,
el oxígeno que nos da vida
y los virus que nos socavan.
Bebemos las relaciones
que llegan a nuestro rostro,
el agua que nos hidrata
y las bacterias que nos minan.
No podemos andar por la calle
con una máscara en la cara
que nos aparte del pueblo
para filtrar los cantos y los besos.
No podemos huir al vacío
de la soledad y la asepsia
donde no hay vida ni muerte
luchando por el futuro.
Al acoger en nosotros
la vida contaminada,
te acogemos a ti,
que estás dentro de la vida,
y la purificas con tu aliento
en el horno ardiente
de nuestra intimidad.
(Benjamín González Buelta, sj)