Jesús, levantando los ojos al cielo, oró diciendo: «Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
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¿Dónde está tu victoria, muerte extraña?
¿Dónde está tu derrota, muerte amiga?
Nos llevas, te llevamos, en la entraña,
grano en tu surco, de tu surco espiga.
Juntos crecemos. Tú hacia el ocaso,
cumplida la misión que nos fecunda.
Nosotros hacia el día, por el «paso»
de tu garganta abierta. La profunda
soledad de tu abismo se ha llenado
con el grito del Dios crucificado,
con tu muerte en Su muerte redentora.
¡Victoria derrotada en Su agonía,
oh hermana temporal, vientre del Día,
umbral de los «levantes de la aurora»!
(Pedro Casaldáliga)