Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».
«Vive Dios» © Difusión libre cortesía de Colegio Mayor José Kentenich
«Meditative Guitar» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Hoy todo fluye,
todo cambia,
todo trae fecha de caducidad.
Maldito presente absoluto
que se nos ha instalado dentro,
como un intruso,
ocupando las estancias
de la memoria y la esperanza
con su ahora
cargado de exigencias.
Y así, huérfanos de historias
y vacíos de futuro,
somos presa
de los estados de ánimo,
tan cambiantes.
Nos devoran las crisis
en tiempo menguante.
Nada perdura.
Ni el amor.
Ni las promesas que hicimos
y que recibimos.
Ni la confianza
en el para siempre.
No sabemos conjugar
el verbo permanecer,
y exigimos
que todo, hasta Dios,
cambie a nuestra medida.
Así no hay viña que crezca y dé fruto.
Devuélvenos, Señor,
la conciencia
de tu tiempo y tu presencia.
Enséñanos a ser sarmientos
de la vid, que eres Tú.
Devuélvenos la fe,
Tú que calmas las tormentas.
(José María R. Olaizola, SJ)