Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».
«La lluvia de tu misericordia» © Difusión libre cortesía de Ixcís
«Blackbird» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
¿Quién me nombró juez
de mis hermanos?
¿Quién me convirtió
en perseguidor
implacable,
dispuesto a señalar
cada falta,
cada error,
y cada carencia?
¿Cuándo me otorgaron
el poder de condenar?
¿En qué espejo
de extraña
perfección creí reconocerme,
para señalar, con dureza
los fallos ajenos?
Qué ceguera, Señor, la mía.
Qué soberbia
disfrazada de virtud.
Qué dureza
revestida de méritos.
Qué inconsciencia
sobre mis pies de barro.
Ayúdame a evitar
veredictos y sentencias,
y que sepa dejarte a ti
ser Juez y Padre
de todos.
(José María R. Olaizola, SJ)