Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados.
Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
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Todos los adultos fuimos un día niños. Los hombres buenos y los hombres crueles. Las mujeres sabias y las necias. Los creyentes y los que rechazan a Dios. Jesús fue niño. Y el Bautista lo fue. Niña fue María, y niño José. Los grandes científicos, jugaron, de críos, con otros como ellos. Y muchos soldados rieron, de niños, inventando la guerra, sin sospechar que un día ya no sería un juego. En la niñez se fueron gestando sueños, pesadillas, anhelos. Aprendimos de nuestros padres, de quienes estaban alrededor. Aprendimos a mirar, a buscar, a soñar. Y fuimos creciendo… convirtiéndonos en lo que hoy somos, a base de encuentros, golpes, alegrías, amores y miedos.
Ahí, muy dentro, sigue el niño que cada uno fuimos, aún abierto a crecer. Sigue habiendo una inocencia primera que pugna por emerger. Sigue habiendo posibilidades, aunque ya hayamos recorrido muchos caminos. Y si miramos alrededor, y advertimos en el brillo de otros ojos la misma chispa de infancia que nunca se apaga del todo, podremos dejar que sigan creciendo los mejores frutos de la vida: el amor, la fe, la justicia y la capacidad de construir un mundo mejor.
(Rezandovoy)