Los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?». Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.
»¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».
«Missa Ecce Ego Johannes» © Autorización de Hyperion Records
A veces, sobre todo cuando hay mal tiempo, se extravía alguna oveja. Cuando eso ocurre se me pone un nudo en el estómago y tengo que salir a buscarla. Hay quien dice que qué importa, si el rebaño es grande; dicen que qué más da una o dos ovejas perdidas; que no merece la pena afrontar la tormenta, la incomodidad y hasta el peligro para salir en su búsqueda. Pero ¿cómo explicarles que cada una es importante? Que yo soy su seguridad, su refugio, su pastor. Que las he visto nacer, y me siento responsable de que crezcan, y de que produzcan leche y lana que ha de alimentar otras hambres y cubrir otras desnudeces. Cada una de ellas es importante y las conozco por su nombre, así que salgo. Y busco. Llamo, gritando más fuerte cuanto más estruendosos son el trueno o la lluvia. Hasta que aparecen. Y cuando me oyen vienen corriendo, porque reconocen mi voz. Y ya saben que están seguras. Algunas veces las encuentro con la pata quebrada, o exhaustas, y las tengo que cargar al hombro, para llevarlas de vuelta al redil. Pero lo haría una y mil veces, hasta la extenuación. Esa es mi manera de ser.
(Rezandovoy, sobre Mt 18,12-14)