







Jesús dijo a los suyos: «¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: ‘Enseguida, ven y ponte a la mesa’? ¿No le diréis más bien: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú’? Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer’».
«Resurrexit» © Autorización de Atheliers et Press de Taizé
«Dry Fig Trees» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Supón que entregas tu vida al Evangelio. Supón que trabajas por el reino de Dios. Quizás has consagrado tu vida en una vocación religiosa, o en el ministerio sacerdotal. Quizás tu opción por la vida en familia es un compromiso por un amor radical, a la forma de Dios, y así educas a tus hijos, o cuidas de tus padres, y vives la complejidad del amor en pareja… Y te esfuerzas. Y remas a veces contra viento adverso. Y ves que otros, aparentemente más despreocupados o indiferentes, viven ajenos a Dios. Quizás algún día te descubrirás hablándole a Dios con un corazón orgulloso, sintiendo que te has ganado su amor, su aplauso, su reconocimiento, su cielo… Pero desengáñate. No has ganado nada. El amor de Dios no es cuestión de méritos ni galones. No mires por encima del hombro a otros, pensando que tú ya tienes más camino recorrido y más cielo asegurado. En tu mano sólo está servir a Dios y su proyecto. Entregarte, a su manera. La fe, y el seguimiento, es vivir lo que debes vivir.
Ahora bien, ¿por qué? ¿Por qué ese deber? ¿Es por una obligación de un Dios exigente y caprichoso? ¿Es por miedo, o por fastidio? En realidad, no. Es porque vivir el Evangelio es tu verdad más honda, tu sed más real, tu vida más auténtica, aunque no siempre te des cuenta. Por eso, ama, entrégate, vive para Dios y su proyecto… y tu vida será plena.
(Rezandovoy)