







Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
«Infant Holy» © Autorización de San Pablo Multimedia
¿Sabes lo que te digo? Que bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. ¿Te das cuenta de cuánto bueno nos ha dado en Jesús? Dios nos ha elegido, a cada uno de nosotros, desde siempre, para que vivamos en el amor. Nos ha consagrado, es decir, que nos ha hecho capaces de transparentar al mismo Dios. Y en Jesús nos abrazó, para siempre… Dios sabe quién es cada uno de nosotros, sabe quién eres tú, y cree en ti profundamente.
Yo, su testigo, su apóstol, también me doy cuenta de quién eres, de cómo amas, de cómo peleas por la fe, de cómo a veces te bandeas en la tormenta, y te alegras en lo cotidiano. Sólo puedo darle gracias a Dios por ti, por tu vida. Rezo por ti, y pido que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de la Gloria, te conceda un espíritu de sabiduría y revelación, para que lo conozcas en lo profundo. Que te ilumine para que vivas en la esperanza a la que te llama, y para que poseas la riqueza de quienes se consagran a su evangelio.
(Rezandovoy, adaptación de Ef 1, 3-6.15-18)