Un maestro de la ley preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?».
Jesús respondió diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: ‘Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva’. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo: «El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
«Levántate» © Difusión libre cortesía de Juan Ignacio Pacheco
«The Depths of a Year» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
«Y así, cuando finalmente caí, los de la fortaleza se rindieron a los franceses, los cuales, después de haberse apoderado de la fortaleza, me trataron muy bien, de modo cortés y amigable. Y después de haber estado 12 ó 15 días en Pamplona, me llevaron en una litera a mi tierra».
«Habiendo ordenado que yo instruyese a Ignacio, conseguí gozar de su conversación en lo exterior y muy pronto también de la interior; viviendo juntos en el mismo aposento, participando de la misma mesa y de la misma bolsa; y siendo él mi maestro en las cosas del espíritu, terminamos por ser uno en los deseos, en la voluntad y en el firme propósito de elegir esta vida que ahora llevamos los que somos y los que serán de esta Compañía, de la que no soy digno».
(MFab, 493)