Se le acercó uno a Jesús y le dijo: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para alcanzar vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el bueno. Si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos». El joven le preguntó: «¿Cuáles?» Jesús le dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, honra a tu padre y a tu madre, y amarás al prójimo como a ti mismo». El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido, ¿qué me queda por hacer?» Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme».
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«Días más tarde, me hicieron una nueva carnicería; en la cual, así como en todas las otras que antes había pasado y después pasé, nunca pronuncié palabra, ni mostré otra señal de dolor, más que apretar mucho los puños. Pero aun así empeoró mi estado, sin apenas poder comer y con otros síntomas que suelen ser señal de muerte. Y llegado el día de san Juan, los médicos, que tenían muy poca confianza en mi salud, me aconsejaron confesarme. Así, recibiendo los sacramentos, la víspera de san Pedro y san Pablo, dijeron los médicos que, si hasta la media noche no sentía mejoría, se me podía contar por muerto».
Cuando haya que tomar una decisión importante, mucho ayuda … «considerar como si estuviese en el momento de la muerte. [E imaginar] la forma y medida que entonces querría haber tenido en la presente elección, y guiándome por aquella, hago de toda ella mi actual determinación».
(EE, 186)