En el ojo ajeno

Hay que mirarse al espejo
antes de juzgar.
Recordar,
en la propia historia,
las miradas ciegas,
las frases hirientes,
los silencios cómodos,
los abrazos negados,
los pasos vacilantes,
los deseos inconfesables,
las oportunidades perdidas,
las prisiones de dentro.

Solo entonces
volverse al otro,
a sus ojos que ignoran,
sus palabras que matan,
sus mutismos distantes,
su caricia olvidada,
sus pies que se tropiezan,
sus anhelos prohibidos
sus horas malgastadas,
sus celdas invisibles.

Mirarse,  mirarles.
Y  pronunciar,
con ternura,
un veredicto
de esperanza.

(José María R. Olaizola, sj)