Despedida

Déjame marchar,
aunque te falte el aliento,
de ver huérfana tu vida,
vacía tu alma, inútil tu afán.
De comprender al fin,
de una vez,
que el sarmiento sin la vid
nada puede emprender.
¡Se marchita!
Al final de mis días,
quise dejar todo escrito.
Mas luego pensé, ¡mejor nada!
Pues todo lo que quería decirte
lo dejé en el camino sembrado.
Ojalá, tu ruta como la mía,
te lleve por la vida, sin oro,
sin alforjas, sin bastón.
Siempre al encuentro del otro.
Para comer con él de su hambre,
para beber con él de su sed.
Ya no hay lugar a la espera.
Hasta mi vuelta,
clava tus pies en mis huellas
y que mi Espíritu te lleve
por la precariedad de este mundo,
con la brújula del corazón.
Y ¡solo una cosa más!
Nunca te rindas en la lucha
contra la injusticia,
contra la maldad.
Celebra, en esperanza,
cada derrota, cada fracaso,
cada paso adelante,
cada ínfima expresión
de lo bueno,
de lo bello,
de lo cierto,
de lo alegre,
de lo infinito…
(Seve Lázaro sj)