Contemplación de Lc 6, 12-19

Le seguimos, porque nos fascina su palabra. Porque su autoridad es especial.
Es ya de noche, y se retira a orar. En esos ratos se aparta, y normalmente todos bajamos la voz, o quedamos en silencio. Impresiona verle así, recogido, concentrado… ver su rostro en paz. Algún día me gustaría preguntarle cómo habla con Dios.
Cuando despierto, acaba de amanecer, y él ya está con nosotros. Somos muchos. Pero va llamando a algunos. No sé bien para qué, pero me gustaría que también a mí me eligiese. Voy viendo cómo se iluminan los rostros de Simón, de Andrés, de Mateo, de Tomás… de todos. Y entonces me llama a mí. Y siento que el corazón me da un vuelco. No sé qué querrá de mí, pero sé que quiero decir sí.
Entonces, volvemos al camino. Y al rato estamos rodeados de gente que le busca. Son los más pobres, los intocables, los que no tienen ningún otro sitio en el que ser atendidos. Pero él va dedicándoles tiempo. Su fuerza lo cambia todo.
(Rezandovoy)