Confidencias del Buen Pastor

A veces, sobre todo cuando hay mal tiempo, se extravía alguna oveja. Cuando eso ocurre se me pone un nudo en el estómago y tengo que salir a buscarla. Hay quien dice que qué importa, si el rebaño es grande; dicen que qué más da una o dos ovejas perdidas; que no merece la pena afrontar la tormenta, la incomodidad y hasta el peligro para salir en su búsqueda. Pero ¿cómo explicarles que cada una es importante? Que yo soy su seguridad, su refugio, su pastor. Que las he visto nacer, y me siento responsable de que crezcan, y de que produzcan leche y lana que ha de alimentar otras hambres y cubrir otras desnudeces. Cada una de ellas es importante y las conozco por su nombre, así que salgo. Y busco. Llamo, gritando más fuerte cuanto más estruendosos son el trueno o la lluvia. Hasta que aparecen. Y cuando me oyen vienen corriendo, porque reconocen mi voz. Y ya saben que están seguras. Algunas veces las encuentro con la pata quebrada, o exhaustas, y las tengo que cargar al hombro, para llevarlas de vuelta al redil. Pero lo haría una y mil veces, hasta la extenuación. Esa es mi manera de ser.

(Rezandovoy, sobre Mt 18,12-14)