Homilía del Papa Francisco en Ciudad Juárez (Fragmentos)
Nínive, una gran ciudad que se estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la violencia y de la injusticia. La gran capital tenía los días contados, ya que no era sostenible la violencia generada en sí misma.
Ahí aparece el Señor moviendo el corazón de Jonás. Ahí aparece el padre invitando y enviando su mensajero. Jonás es convocado para recibir una misión. “Ve –le dice– porque dentro de cuarenta días Nínive será destruida. Ve. Ayúdalos a comprender que con esa manera de tratarse, regularse, organizarse, lo único que están generando es muerte y destrucción, sufrimiento y opresión. Hazles ver que no hay vida para nadie, ni para el rey ni para el súbdito, ni para los campos ni para el ganado. Ve y anuncia que se han acostumbrado de tal manera a la degradación que han perdido la sensibilidad ante el dolor. Ve y diles que la injusticia se ha instalado en su mirada.
El rey escuchó, los habitantes de la ciudad reaccionaron y se decretó el arrepentimiento.
Jonás ayudó a ver, ayudó a tomar conciencia. Acto seguido su llamada encuentra hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de llorar. Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión.
Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación. Son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón. Son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en que muchas veces se está sumergido. Son las lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida, y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión…