Con las manos como espejo

Que mis manos sean espejo del sudor y del cansancio de la gente, que en su duro bregar de cada día levantan este mundo de sus ruinas. Así, con las manos en la tierra, siembran y acarician nuevos sueños, de un mañana mejor y más humano, para todos en un lento porvenir. Que mis manos sean espejo de ese hacer secreto del buen Dios, que sostiene a quien trabaja y a quien no, sin mirar su condición o procedencia. Así, en diálogo paciente y silencioso, llevando a cada uno a descubrir su pequeña aportación a lo creado, en trabajos, esperas, fatigas, desahogos. Que mis manos sean espejo de un trabajo más humilde y gratuito, en el que el interés no sea el dinero, ni el beneficio sin más, su finalidad. Así, en igualdad de proceder, de aquel que siendo Dios se hizo esclavo, sembrar el evangelio entre las gentes, poniéndome en la vida a su servicio. (Seve Lázaro, sj)