Las manos del Padre

Con tu mano rodeas pábilo vacilante y proteges su llama del viento que arrastra los fríos del Norte. Con tu mano sanas célula a célula la herida de la caña quebrada por las botas de la competencia ciega. Veo arañadas tus manos de viñador por los sarmientos secos de una vida exitosa cortados en la poda. En los surcos de tus manos hay color de arcilla que delata tu oficio de perpetuo alfarero de nuestro barro. En tus palmas abiertas palpo los callos del bastón en tu búsqueda incesante para reunir en tu rebaño los perdidos en sus soledades. (Benjamín G. Buelta, sj)