Vocación

A veces hay que ser árbol y dar sombra al caminante cansado. Hay que ser agua, que alivie la sed de respuestas, y fuego que arrase lo injusto, lo indigno, lo hueco. Hay que ser roca que abrace los cimientos de lo duradero, tierra que acoja las posibilidades de la semilla, y océano, donde podamos zambullirnos, para renacer llenos de libertad y de esperanza. Hay que ser canción que alivie los vacíos, y silencio habitado, que venza a la cháchara. Unas veces hay que ser hogar al que regresar, y otras veces, puerta que se abre a la tormenta. Dios es el árbol y el agua, la roca, la tierra y el mar. Dios es canto y silencio, hogar que acoge y puerta que nos conduce a nuevas historias. Pero hacen falta guías que consagren sus días a buscar ese tesoro. Hay quien se dedica a sembrar, encender, forjar, regar, compartir y acompañar. Hay trovadores que cantan con palabras prestadas, cauces de agua ajena que trae vida verdadera. Hay maestros con muchas preguntas y pocas respuestas, que ayudan a otros a descubrir el Misterio. Soñadores de un bien posible, que convierten su amor en puente, para acercar a hermano con hermano, para unir al ser humano con Dios. Apóstoles, con pies de barro y corazón de fuego. Que nunca nos falten. (José María R. Olaizola, SJ)